Contigo se me da bien ser honesta. No sé qué parte de ti me insta a querer serlo, tal vez sea tú peor defecto o el mío. Es como si mi corazón quisiera salirse por mi garganta, como si mi pasado albergara la esperanza de que tú lo arropes o de que lo bañes de gasolina, lo observes arder y después soples sus cenizas como quien sopla un diente de león, con los ojos cerrados y las ilusiones en los labios.
De niña siempre quise estar tan enferma que me tuvieran que obligar a respirar para no tener que hacerlo yo, para descansar un poco de la responsabilidad de cuidar de un cuerpo prestado y aferrarme a la idea de vivir con respiración asistida como si eso significara vivir en los brazos de una madre que te susurra en el oído "tranquila, pequeña, todo es una mierda pero aún nos quedan las jacarandas en primavera, las velitas de cumpleaños y los cuentos improvisados a mitad de la madrugada". Nunca se lo había podido decir a nadie y cuando te lo dije quise cortarme la lengua, pero ya te estaba diciendo que el futuro me aterraba porque no creía que con tanto pasado era capaz de permitirme un futuro.
Todas las cosas sin sentido que te gustan son las que le dan un sentido a mis días, ¡vaya, a mi vida! Que aún no encuentro una mejor forma de pasar el tiempo que matándolo a tu lado, torturándolo haciéndole cosquillas en las costillas... pero soy yo quien termina por astillarse los pulmones y tus costillas siguen intactas y yo con tantas ganas de ser pájaro si es tu caja torácica mi jaula.
Yo que soy de cortarme las alas antes de que alguien más lo haga, te estoy rogando que me enseñes a ser libre a tu lado, que me digas algo que me haga querer quedarme. Y tú te quedas en silencio como si muy dentro de ti quisieras que en verdad me fuera, como si me pidieras a gritos darte una razón para odiarme. Si me devuelves todos los complejos que deje en tu habitación te juro que encuentro la manera de que no me quieras volver a ver, necesito mis complejos de vuelta porque ya estoy extrañando mi tristeza y las tres pastillas diarias que me hacían sonreír.
Me gustaría que bajaras la guardia así como yo estoy destrozando mis murallas por ti, te estoy pidiendo de rodillas que me pidas una estancia en mi corazón a cambio de un pequeño rincón en el tuyo donde yo pueda dejar mis mentiras que casi siempre uso como cuentos para dormir. Me muero por escuchar todo lo que no te atreves a decirme y que yo no sé si es porque tienes dudas o porque no soy yo la dueña de todas las palabras que te guardas debajo de la lengua.
Quiero escuchar que me quieres, que no quieres que me vaya, que no me necesitas pero quieres que esté a tu lado. Quiero que quieras quitarme todo, empezando por las dudas. Yo a ti qué te voy a decir que no te lo haya dicho antes, si te conoces mi pasado en todas sus versiones: si me cuidaste victima, si me has querido culpable, si me has conocido inocente, si me has consolado triste y aunque te gusten mis lagrimas de cocodrilo me has dicho que prefieres mis carcajadas de tormenta.
Descuida, me has enseñado a ser paciente al serlo tú conmigo.
Nadie había logrado que mi nombre sonara a salvo en otros labios y en los tuyos encontré el refugio perfecto para mis huidas, nunca me había sentido tan cómoda en la boca del león y ahora mírame... me duermo aferrada a sus colmillos como si de mi peluche favorito se tratara.
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