martes, 7 de junio de 2016

El "Adiós" que no se dice es el que más duele.


El silencio nunca se había sentido como una herida tan profunda, jamás me había importado eso de no tener nada de qué hablar con las personas o de no querer hacerlo. Pero todo es diferente contigo, quiero hablarte, saber de ti, quiero decir en voz alta todas las palabras que me guardo debajo de la lengua.

—¿Y a ti qué es lo que te pasa? —dices tomando mi mano como los has hecho muchas veces antes.

Te siento tan lejano que incluso mi propia piel se siente ajena cuando me tocas, pero no te lo digo.

¿Crees que no me he dado cuenta que tienes demasiados pájaros en la cabeza y que ninguno de ellos soy yo? —suelto de repente y cuando me doy cuenta es muy tarde para morderme la lengua.

Eres el nido —respondes, y yo en verdad quiero creer cada palabra que me dices.

Te estás alejando, yo te estoy alejando. Te me escapas entre los dedos y yo no hago nada para detenerlo.

Soy el nido donde sólo habita una madre desquiciada tratando de alimentar a sus crías muertas.

Ojalá me atreviera a decir lo que realmente te quiero decir, pero en mi cabeza sólo se escucha el zumbido de las avispas que el día que te conocí creí que se habían extinguido y sólo aguardaban el momento en el que las mariposas desaparecieran para empezar a atacarme.

¡Venga, odio tratar de descifrar qué tienes! —exclamas y retumban en mis costados tus palabras haciendo eco en mis ruinas.

¿Me creerías si te digo que ni yo sé qué es lo que tengo?

Lo que tengo es que no te tengo y que ya ni me tengo a mi. Te he dado demasiado. 

Algún día tal vez entiendas que soy un animal herido y qué no sé querer de otra forma.

No te he pedido nada —te excusas y yo no sé si reírme o darme una cachetada.

Me gustaría quererte un poco más... Tal vez así no me sacarían de quicio tus manías y aceptaría con una sonrisa todas las heridas que me hicieras, le pondría tu nombre a algún suicidio —confieso sin ninguna lagrima en los ojos pero con un nudo en la garganta—. O quererte menos, así no enloquecería cada vez que otra chica te sonríe y se arregla el cabello frente a ti, así no me dolería tanto que beses a cualquiera que no sabe cuál es tu color favorito.

Te quiero sólo a ti, ya lo sabes.

Te he escuchado tantas veces decir eso que me pregunto cómo te veras en el espejo cuando lo ensayas, acaso sonríes con esos dientes de balas o pones ojos tristes y el alma melancólica.

No te quiero —joder, ya lo dije—. Y no quiero quererte.

Me cambiarás por alguien mejor —admites en voz alta y para mi sorpresa sonrío.

No te olvidaré, pero me acordaré de mi —vuelvo a sentir la punta de mis dedos, ¡de mis dedos!, ¿te lo puedes creer? Ya estoy empezando a ser mía de nuevo.

Recuerdo el nombre de mi padre; recuerdo el trayecto a casa una Navidad y las luces borrosas por las lagrimas en mis ojos; recuerdo la niña que solía ser y la promesa que le hice en el espejo retrovisor.

Nadie te hará más daño que tú misma —dices como si yo no lo supiera, como si yo no te lo hubiera dicho antes.

Pero casi...

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