domingo, 23 de octubre de 2016

Eres el hogar en el que quise crecer cuando era pequeña.


Quiero que te quedes y no me atrevo a pedírtelo en voz alta, y tus ganas de no marcharte despiertan esa bestia domesticada que te obliga a escapar, cerrando todas las ventanas y tirando la puerta para provocarte el miedo suficiente para que te enamores tanto de mi que no quieras volver a verme.

A veces me gustaría pensar que no fueron tus pies los que hicieron de piedra todos los puentes colgantes que pisamos y así también con la cuerda floja que sostenía mi voluntad para seguir haciendo equilibrio entre trenes que se descarrilaban mientras yo fingía estar soñando. Ya no tengo miedo a correr si es contigo. mucho menos a rasparme las rodillas al saltar del columpio si caigo cerca de ti y me besas las manos al levantarme.

Apuesto a que tus ojos brillaban en Navidad, más que las series de luces de colores del árbol, cuando abrías los regalos destrozando la envoltura, sin un atisbo de vergüenza y esa sonrisa de haberle robado un bocado al universo.

Yo que soy de temerle a los monstuos del armario y tú, que eres de sentarte con ellos a platicar... aún tengo tanto que aprender de ti, astronauta de imposibles. Vives con la cabeza en las nubes y aún así eres la única persona que me pone los pies en la tierra sin intentar cortarme las alas.

Me da miedo pensar en todas las veces que he considerado salir de casa y abandonarme en la banca de un parque cualquiera y regresar con los bolsillos vacíos y los dedos congelados de metérmelos al pecho buscando el corazón que he hecho pedacitos y tirado como migajas de pan, esperando a que alguien las siga o a que me lleven al camino de regreso a mi agujero de conejo.

Se está empezando a hacer tarde, al menos ahora debería serte sincera: me hubiera gustado que no te importase tanto entender por qué decía las cosas que decía, no me gusto que te quedases a memorizar cada una de mis cicatrices porque ya no puedo encontrar mi tristeza.

Postdata: A veces me hago pequeña fantaseando que fuiste mi compañero de juegos y por un momento no existe mi miedo a las hormigas rojas, ni a los payasos: le quito las rueditas entrenadoras a mi bici y me atrevo a salir de casa: bajo las escaleras de dos en dos tarareando mi canción favorita: y sobretodo, me atrevo a recorrer ese pasillo que evitaba mirar en aquella casa donde me rompí uno a uno todos los dedos, y es que desde que llegaste me dejó de aterrar la oscuridad porque enciendes todas las velas, aunque no sea mi cumpleaños, para que siga pidiendo deseos.

domingo, 2 de octubre de 2016

Pequeña lista de cosas que normalmente escondería.



Jamás le he podido explicar a alguien por qué me hice pedazos tan pequeños que después sólo soplé en casas de muñecas de desconocidos que pretendían conocerme.

No sé si son bombas atómicas o mariposas el dolor en mis entrañas, y dudo de ellas como si no hubiera comprobado ya que una lleva a la otra y así siempre hasta terminar con deformidades en el corazón.

Me gusta hablar de volar y lo que no admito es que es más como ingravidez y la gravedad del asunto es que quisiera que fuese de amor y no por miedo a sentirlo.

A veces hay días en los que me vendría bien que alguien me tomase de la mano y que no me dejase ir, que vea mis cicatrices como quien lee un mapa de su lugar favorito y que no tenga miedo a romperme pero que jamas lo intente.

Me he quedado demasiado tiempo en el mismo lugar esperando que pase algo que no sé si quiero que pase o qué haré cuando pase, que me he empezado a encariñar de la incapacidad para irme a cualquier otro lugar donde se me reciba con una taza de té de manzanilla y un beso en la frente.

He querido tanto a personas que no me han querido que cuando alguien lo ha hecho conmigo me ha dado un ataque de pánico en el cubículo de un baño escolar y sostuve mis piernas por miedo a salir corriendo aguantándome el sabor amargo en la boca que me provocaba el terror.

Me llene tanto de sueños que terminaron provocándome un dolor de estomago que sólo me hizo vomitar por 6 años y aún me estoy lavando los dientes para no volver a tragar ilusiones como si de caramelos se trataran.

Nunca digo cuando me hieren por mucho que me claven el cuchillo en la herida y lo retuerzan, por miedo a que dejen de sostener el cuchillo y tenga que ser yo quien lo saque, porque soy de quienes abren la herida y sólo observan la sangre correr con expresión catatónica.

Me he quedado con el dolor en los brazos por no abrazar a quien quiero, me he mordido la lengua hasta hacerla sangrar por no decir lo que siento en voz alta, me he quebrado ambas piernas por no salir corriendo detrás de lo que realmente importaba.

Aún no sé si es que te amo o que me muero de ganas de que pase algo que consiga que lo haga; si tú me amas o si sólo quieres que crea que lo haces.

Me hubiera gustado que no me gustase tanto tu risa.