miércoles, 21 de septiembre de 2016

El cuervo al otro extremo del hilo rojo.


Debes aprender una cosa, yo también sé hacer daño y sé donde doler.

Quiero mentirte siempre; mirarte a la cara y decirte con toda la felicidad del mundo que he dominado el truco de romperme el corazón frente a las masas sin dejar escapar ni un sólo suspiro; que ahora soy capaz de hablar de ti y que ya no se me pone la sonrisa de idiota en la boca; que puedo querer a cualquiera y jurarle amor mientras me sostiene la mano como si fuera de cristal sin detonar mis bombas en su cara para decirle que no le quiero ni un poquito y que siempre será así.

Me he enamorado tanto de mi que no puedo permitirle a nadie más hacerme el daño que podría causarme yo, ni siquiera a ti, que te he dejado meter el dedo en la herida sólo para que dejaras de tocar las tuyas.

Apuesto a que no tienes idea de por qué mi color favorito es mi color favorito. ¿Acaso sabes cuál es mi color favorito?

Nunca he pedido perdón por hazme polvo y dejar que me soplen o me pisen, pero ahora lo están exigiendo a gritos todos los espectadores de mi suerte, y tú que has sido un golpe de suerte, vas dejando moretones en mi coraza de erizo y quebrando mis huesos de marfil dejando vivo al elefante lejos del cementerio.

Ahora pídeme que te llore. Implóramelo de rodillas y con la mano en el corazón, el mío, el que tú tomaste en esa estación cuando te pedí que me empujaras a las vías; ahora sólo queda un cuerpo deformado con el corazón intacto, vivo, que le pertenece a alguien más que no puede diferenciar una bomba de tiempo de un órgano.

En fin, ahora estoy llorando frente a todos los que una vez quisieron verme hacerlo. Sigo de pie, mis piernas han echado raíces en el suelo que besó tus pasos. No deberían darnos vergüenza las lágrimas, lo que nos debería matar de pena es enamorarnos cuando nos habíamos jurado jamas hacernos ese daño.




viernes, 16 de septiembre de 2016

¿Me he dado a entender?



Si tienes en cuenta todas las veces que he caído entenderías por qué he aprendido a levantarme y también por qué ya no quiero hacerlo si no te tumbas un rato conmigo. Llevo años corriendo y tienes certeza de que soy capaz de gritarte que te quiero mientras corro en la dirección contraría, de pedirte que te quedes mientras hago las maletas.

Ahora te miro con los ojos de quien sabe que no podrá volver a escribir sobre la distancia sin terminar pensando en esos cinco centímetros que nos separaban y que no me he atreví a hacer desaparecer pero que me moría de ganas de hacerlo.

Soy desagradable. Ojalá tuviera el corazón para decirte que te odio, pero me limito a describirte en la madrugada cuando el alcohol me permite contar en voz alta lo que siento sin atarme la lengua con las agujetas y a curarme las heridas por si te acercas y quieres quedarte un momento a dormir en mi calma suicida.

Todos a mi alrededor me dicen una
y otra
y otra
y otra vez
que estoy dejando pasar el tren de mi vida.
Aún no se dan cuenta que teniendo la vida y a ti enfrente
te he puesto a ti delante.

No me he atrevido a decirte que cruzaría cualquier puente colgante con los ojos cerrados si me tomas de la mano. Soy una idiota, nunca digo lo que siento cuando es el momento, siempre siempre llego tarde y el problema es que tú no estabas entre mis planes y aún así quiero seguir tropezando contigo. Si fueras cualquier otra persona me dejaría besar y te besaría.

Apagaré la luz, quiero saber todo lo que piensas y no dices en voz alta. No sé qué estoy haciendo, hay una sombra en el lugar que he ocupado toda mi vida y tu llegas a ponerme el mundo de cabeza porque una vez te dije que ojalá pudiera pisar el cielo para ser una estrella y pedirme un deseo al caer.

Sabes que nunca tendrá mucho sentido lo que digo, en este momento me jugaría la cordura y también la seriedad por escuchar tu risa comiéndose todo el ruido a mi alrededor. Existes y a mi aún no me han entrado ganas de huir.




lunes, 12 de septiembre de 2016

Exijo mi derecho a ser princesa y a que jueguen conmigo.




Entras en mi rutina, en mi casa, en mi vida... como si tuvieras la intención de quedarte hasta que yo muera o me mate, como si te fueras a matar conmigo si lo hiciese; como si no supieras que me duele el cuerpo entero por los huesos que he obligado a que me rompan, como si no tuvieras idea de que eres un golpe de suerte y que toques donde toques estás haciendo daño a alguien que siente algo (por ti).

Ahora mismo quisiera hablar con alguien que no entienda para nada lo que digo, que me mire con cara de pena y decirle que el tornillo que me falta te lo he dado a ti y que lo has tirado al mar y que desde entonces sé que he de morir ahogada.

La verdad es que no duele tanto como parece, como debería; pero cuando estoy sola la herida se abre un poquito para verme de reojo, para sonreírme de lado y mostrarme sus colmillos y me muerde tan fuerte que ojalá me arrancara el corazón y lo escupiera en una banca del parque para decir que siempre estoy ocupada y nadie se quiera sentar junto a mi por miedo a que me quede callada.

Yo que jugué al amor y acabe golpeando la cabeza contra el espejo, te pido que pierdas mi zapatilla de cristal o se la des a cualquiera que te quiera mucho menos que yo; ojalá que se le rompan los tobillos para que alguien pueda entender lo mucho que me costó dar un paso hacia atrás, lejos de ti.

Aún no me voy. Sigo escuchando las mismas canciones y aún bailo igual en todas.

Me pasa que me pasas y que al mismo tiempo no.

Los pasos hacia atrás por lo general son tropezones, los Lunes otra excusa para el desamor y para preguntar por ti.


Y por último, que no. No somos el amor de la vida del otro, pero que bien nos desordenamos la vida juntos.



martes, 6 de septiembre de 2016

Léeme si me empiezas a extrañar.

La única herida que deberías llevar en el corazón es la que te deja no poder terminar la mejor canción que has escrito, chicas huracán que te destrocen salen sobrando. Esto es lo mejor que he hecho por ti después de todo.



Ahora puedes tener mi corazón, ya no lo quiero. Lo he hecho una mierda, tal como dijiste que lo haría el día que decidiste que me ibas a odiar.

Recuerdo perfectamente que te prometiste que algún día ibas a ser tú el que secara mis lagrimas antes de que algún otro lo hiciera y mira como terminamos, te empeñaste tanto en hacerme llorar que lograste que no quisiera hacerlo nunca contigo por miedo a hacerte reír.

Tú nunca entendiste que si no me quebraba frente a ti era porque sabía que serías incapaz de recoger las piezas y y no quería que te cortaras los dedos intentando hacerlo porque no iba a ser yo quien relamiera tus heridas.

Tendrías que verme ahora, a cada paso que doy se escucha el tintineo de cristales rotos que habitan en mi caja torácica, perforándome los pulmones dejando que el humo de los coches infecte hasta lo más profundo de mis entrañas.

Tú siempre me abrazabas tan fuerte que me entraban ganas de vomitar y querías pensar que las nauseas eran síntoma de palabras que no te decía y yo te deje creerlo como quien no quiere tocar la herida infectada por miedo a hacerle más daño.

Lamento que pensaras que eras especial sólo porque te platique la historia de alguna que otra cicatriz; que pensaras que porque me habías visto reír eras tú la causa de mi felicidad; que pensaras que alguna vez te quise tanto como tú lo hacías conmigo.

Supongo que nunca vas a comprender porque me quede muy callada cuando te confesaste, no tenía nada que decir. Me dijiste casi como una amenaza que un día me iba a arrepentir de vivir con mis aires de cinismo y complejo de Miss Carrusel y yo te dije que era lo único en lo que alguna vez ibas a acertar sobre mi.

No creas que vengo a decirte que te extraño, o que me equivoque y te quiero de verdad. No... Pero he roto la promesa que te hice una vez, cuando me pediste que te escribiera y te dije que jamás escribiría sobre ti, hoy lo estoy haciendo y lamento que no sea lo que esperabas.

Ahora debo confesar que nunca te llore, ni siquiera te extrañé un poquito aunque sabía lo mucho que querías que lo hiciera.

Yo que te hable de mis ganas de morirme para que te entraran a ti las ganas de largarte y tú que lo interpretaste como un grito de auxilio y solo continuabas acercándote y yo dando pasos hacia atrás, hacia el borde del abismo y cuando caí no quise tomar tu mano. Yo ya caigo y es el resto el que le tiene miedo a sentir el vértigo golpear su cuerpo, estoy tan mareada que ya no le tengo miedo a bailar.

A veces me gustaría en verdad ser la perra sin corazón por la que un día me tomaste, a la que un día le rogaste un beso y se escondió las manos en el abrigo. Después de eso dijiste que yo tenía razón, que nunca iba a valer tanto la pena como para perderla y me deseaste pesadillas todas las noches y que nadie fuera capaz de despertarme.

Un día de estos volverás a toparte conmigo después de haber leído esto y te costará mucho más fingir que no me dejaste conocerte entre conversaciones estúpidas de madrugada cuando yo insistía en contarte de la última película en proyección y tú a convencerme de que me podías salvar la vida como si yo ya hubiese terminado de complicármela.

Lamento no poder llorar lo que hemos perdido.