La única herida que deberías llevar en el corazón es la que te deja no poder terminar la mejor canción que has escrito, chicas huracán que te destrocen salen sobrando. Esto es lo mejor que he hecho por ti después de todo.
Ahora puedes tener mi corazón, ya no lo quiero. Lo he hecho una mierda, tal como dijiste que lo haría el día que decidiste que me ibas a odiar.
Recuerdo perfectamente que te prometiste que algún día ibas a ser tú el que secara mis lagrimas antes de que algún otro lo hiciera y mira como terminamos, te empeñaste tanto en hacerme llorar que lograste que no quisiera hacerlo nunca contigo por miedo a hacerte reír.
Tú nunca entendiste que si no me quebraba frente a ti era porque sabía que serías incapaz de recoger las piezas y y no quería que te cortaras los dedos intentando hacerlo porque no iba a ser yo quien relamiera tus heridas.
Tendrías que verme ahora, a cada paso que doy se escucha el tintineo de cristales rotos que habitan en mi caja torácica, perforándome los pulmones dejando que el humo de los coches infecte hasta lo más profundo de mis entrañas.
Tú siempre me abrazabas tan fuerte que me entraban ganas de vomitar y querías pensar que las nauseas eran síntoma de palabras que no te decía y yo te deje creerlo como quien no quiere tocar la herida infectada por miedo a hacerle más daño.
Lamento que pensaras que eras especial sólo porque te platique la historia de alguna que otra cicatriz; que pensaras que porque me habías visto reír eras tú la causa de mi felicidad; que pensaras que alguna vez te quise tanto como tú lo hacías conmigo.
Supongo que nunca vas a comprender porque me quede muy callada cuando te confesaste, no tenía nada que decir. Me dijiste casi como una amenaza que un día me iba a arrepentir de vivir con mis aires de cinismo y complejo de Miss Carrusel y yo te dije que era lo único en lo que alguna vez ibas a acertar sobre mi.
No creas que vengo a decirte que te extraño, o que me equivoque y te quiero de verdad. No... Pero he roto la promesa que te hice una vez, cuando me pediste que te escribiera y te dije que jamás escribiría sobre ti, hoy lo estoy haciendo y lamento que no sea lo que esperabas.
Ahora debo confesar que nunca te llore, ni siquiera te extrañé un poquito aunque sabía lo mucho que querías que lo hiciera.
Yo que te hable de mis ganas de morirme para que te entraran a ti las ganas de largarte y tú que lo interpretaste como un grito de auxilio y solo continuabas acercándote y yo dando pasos hacia atrás, hacia el borde del abismo y cuando caí no quise tomar tu mano. Yo ya caigo y es el resto el que le tiene miedo a sentir el vértigo golpear su cuerpo, estoy tan mareada que ya no le tengo miedo a bailar.
A veces me gustaría en verdad ser la perra sin corazón por la que un día me tomaste, a la que un día le rogaste un beso y se escondió las manos en el abrigo. Después de eso dijiste que yo tenía razón, que nunca iba a valer tanto la pena como para perderla y me deseaste pesadillas todas las noches y que nadie fuera capaz de despertarme.
Un día de estos volverás a toparte conmigo después de haber leído esto y te costará mucho más fingir que no me dejaste conocerte entre conversaciones estúpidas de madrugada cuando yo insistía en contarte de la última película en proyección y tú a convencerme de que me podías salvar la vida como si yo ya hubiese terminado de complicármela.
Lamento no poder llorar lo que hemos perdido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario