Será que soy la pequeña hija
de un desastre nuclear
o que me duelen
extremidades fantasmas
y el único fantasma aquí
tampoco quiere
compartir conmigo
casa embrujada.
Me siento como orificio de bala
pero hago más daño que una bazuca
no tiene sentido
llorar el daño que me hicieron
y terminar causando
uno peor.
Todo lo que toco…
perece,
se marchita,
desaparece huyendo de mi vida
a cinco patas
en estado de intoxicación.
Soy la parte del elefante
que lleno de serenidad
se dirige al cementerio
y se pone cómodo
a un lado de los cadáveres
de los hijos
que nunca tendrá.
Creé una atmósfera perfecta,
un refugio infranqueable
donde morirme de miedo
sin causarlo.
Mi bosque rojo
me protege del exterior,
me regala un otoño infinito
y así nunca me entra frío.
Mis criaturas mutantes
me adoptan su madre
y yo los amo
como si los hubiese parido.
Quiero pedir perdón
y perdonarme,
acogerlo como un regalo,
atesorarlo.
Quiero reconocerme
residuo radiactivo
abrazarme fuerte,
y prepararme un baño caliente
con burbujas de manganeso.
El suplicio
siempre ha sido
efecto colateral
de la colisión
de dos seres tóxicos.
Nunca dejaré de amar
a mi infinita Fukushima
pese a que me obligase a abrir los ojos
mucho antes de que saliera el sol.
Siempre voy a recordar
como a un disparo de vida
a mi invicto Siberia
llevo su cicatriz en el costado
y los ríos eternos de ámbar
que hizo correr en mi desierto.
Adoraré por el resto de mi vida
a mi autárquica Mayak
aunque sus explosiones me apunten
le quiero como mi hermana
padeceremos juntas la radiación
y después dormiremos juntas.
Amo con mi existencia
a todos mis pequeños tóxicos,
a mis accidentes radioactivos.
Les llevo dentro como cicatriz,
de esas infantiles
que te haces jugando.
Les quiero con la vida,
aunque,
quizás,
esta no me alcance
para decírselos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario