miércoles, 30 de octubre de 2013

Llueves

Llueve y todo lo que puedo encontrar son gotas con tu nombre contra mi parabrisas, recordándome cómo podría estar junto a ti y fundirme de nuevo en tu clavícula izquierda.
Llueve y las luces del tráfico no distraen mi pensamiento, que sólo me traen recuerdos de la última noche que nos desnudamos con la brisa de la primavera a las sombras de la luna.
Paro en el rojo y me vibra en los oídos una canción sobre la ausencia de tus latidos, pero sigue lloviendo y la ciudad no se detiene, pero este corazón parece que ya no encuentra otra razón para seguir sin ti. Lo peor, quizás, es que no sabe cómo detenerse.
Llueve y ahora sé que no es agua, eres tú.
Llueves sobre mi piel que ya estaba por caerse y te alojas en mis dedos que sangran cada vez que te escribo.
Aferro mis manos al volante y doy vuelta en la misma calle, sólo unas cuadras más y estaría en tu casa, pero logro dar vuelta antes de caer en ti de nuevo.
¿Cómo detener la lluvia que se ha mudado a mis ojos?
Salgo del auto sin pensármelo dos veces y la lluvia me abraza y me convierte en agua.
Llueve tanto dentro como afuera, como en mis letras, como en mis teclas... y parece que el sol se ha mudado a otro continente y que prefiere estar muy lejos de mi, además.
Ahora no siento la lluvia, no te siento y sigues lloviendo.
Me gustan esas personas que no se cubren de la lluvia y sonríen con la cabeza en alto como si el agua fuera a llevarse su propia soledad... tú eras así...
Confieso que me he intentado parecer a ti, pero tú eres tan tú... tan tuyo, y yo tan tuya.
Pero llueves, llueves sobre la humedad de mi vacío y borras el sol con el recuerdo de tu llovizna.
Llueves, pero no me puedo mojar de ti...

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