Nos pasamos un poco el tiempo caminando sin saber el rumbo, un poquito quejándonos y pateando piedras por el camino. Vamos evitando avalanchas y gritando para ser encontrados.
Un día te das cuenta que estás cansado y que te han salido ampollas en las plantas de los pies y cuando giras ves que no te has movido y sigues corriendo de tu muerte inminente (o corriendo hacia ella).
Sigues temiendo a los finales y te sigues preguntando si hallarás uno feliz.
Sigues poniéndote de rodillas y esperando y desesperándote cada vez más con cada latido.
Sigues teniendo fe en algo que jamás has conocido, en algo que ya te han programado para no cuestionar al respecto. Preguntas un poco cada mañana y te lanzan al precipicio cada vez que te acercas al borde.
Te encuentras tan vació frente al espejo que te da vértigo el reflejo que te regala, alejas la mirada y te arrastras a tu rutina, y te asqueas con el simple sonido que provoca tu nombre en otros labios.
Te conoces la ciudad de memoria que ya hasta caminas ciego, mientras maquillas tu repulsión con una sonrisa, que es más parecido a una mueca de dolor.
Te has acostumbrado a no cuestionar esto que al menos te dicen que llames "vida", pero para ti seria lo mismo llamarle "muerte". Te estás empezando a convencer que a estas alturas son lo mismo, y no hay diferencia entre entrar y salir, entre día y noche.
Enciendes un cigarrillo y a las primeras caladas te atraganta la realidad, y es lo más cerca que te has sentido de estar vivo. Sientes como tus pulmones se llenan de humo amargo y contaminación que viene remplazando al oxígeno desde hace unos años. Y hasta parece que sonríes al pensar que tal vez éste es tú boleto de salida.
Nunca nadie te entendería si muestras la envidia que sientes al escuchar de nuevo la cuenta de aquellos que se han marchado. O tal vez sí, y eso te aterra. Te aterra pensar que no eres el único que ha perdido la cuenta de las respiraciones, o el único que cree que su corazón se ha convertido más en máquina que en órgano.
Repasas el inventario y haces listas para no perder el control de ésto que ya no sabes cómo llamarle.
Escuchas personas gritando por libertad y tú sabes que lo que más deseaste fue pertenecer a alguien, con alguien.
Te empiezas a preguntar si alguna ves tuvieron sentido los relojes, los números, los autobuses. Empiezas incluso a perder el sentido, a convertirte en precipicio, a precipitarte.
Empiezo a creer que eres como yo si después de tantas palabras te preguntaste si te conocía.
Ahora te das cuenta que habemos un montón de personas que se cuestionan si esta mierda es la que todos ven.
Te preguntas cómo puede ser posible seguir sonriendo y desangrando por dentro, pero nosotros somos la prueba de que incluso puedes ser consumido por fuego y seguir inventando carcajadas.
Has notado que el tiempo parece detenerse ocasionalmente en la noche cuando los insomnios te dejan huellas a su paso, y te gustaría escapar, no importa a dónde.
Temes que tu vida se resuma a caminar hasta que se haga de noche y despertar y levantarse a penas de la misma cama como cada puta mañana dejándote las ganas debajo del colchón.
Y nosotros somos lo locos, la escoria de la sociedad que nos mira y qué saben ellos de las ganas que me entran de vomitar todos estos planes y deseos caducados que me escuecen la garganta y no me dejan pronunciar ningún nombre.
¿Qué han de saber ellos de lo que te costará levantarte mañana y repetirte las mismas preguntas en el metro, y sonreírle a la misma gente y pagar de nuevo por un cigarrillo que no está cumpliendo su función?
Y lo que más te preocupa es que mañana será como hoy, y tal vez, con suerte, un poco peor.
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