Tomó las hojas secas que caían en su ventana,
cogió la cuerda que guardaba debajo de la cama,
contó 16 pasos hasta la puerta de entrada,
o de salida, ya no importaba...
Escucha 5 canciones, 2 palabras.
Se deja caer a la sombra de un árbol.
El atardecer lo observa,
su perfil se puede dibujar,
tan perfecto, tan enigmático.
Deja escapar un suspiro,
deja escapar un latido,
¿qué daño hará ahora?
Estalla en sus oídos la palabra amor
y casi le parece divertido.
Suena divertidísimo,
tomando en cuenta cuántos poemas carga
cuántas prosas lleva en el bolsillo trasero,
cuántas canciones arrastra de la clavícula
y cuántas casualidades le hubiera gustado quitarse de la nuca.
Y ahora quisiera decir...
quisiera gritar, si fuera posible,
que jamas dejó de amarla...
pero ahora aquí se encuentra,
en el lugar donde vienen a morir los enamorados,
donde la luna viene a escuchar sus historias
y estos se las ofrecen como pago, a cambio de olvido.
Ella ha aparecido de nuevo
y lo mira, como ha mirado ya a varios antes que a él,
y aun no se acostumbra a quebrarse el corazón...
El chico empieza a recitar algunas ultimas lineas,
pero esta vez sus letras sangran.
Amarra con la cuerda un paquete
y lo lanza tan lejos y con tal fuerza,
que creyó que iba a perder el brazo
(y eso tampoco le hubiese importado).
Ha dejado una hoja en blanco en su bolsillo,
para escribir el nombre...
Pero no hay nada que escribir.
Ha gastado toda su tinta en palabras
para una persona que ni siquiera sabe como describir,
pero que se sabe de memoria.
Ha calculado que 65 caracteres no son suficientes para dedicar su vida.
Pero igual seria que fueran 5, o que fueran 9,
si el destino eran sus ojos.
Y suelta una risa de loco
al descubrir que no sabe cuantas palabras necesitará.
Que vino por desamor y se dio cuenta que ni siquiera sabe a quien culpar.
Que si tendría que poner un nombre tendría que ser el suyo, el tuyo, el mío.
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