viernes, 10 de mayo de 2019
Energía nuclear
Si alguien me hubiese dicho
que volvería a ver el cielo azul
después de respirar por años
nubes tóxicas de reminiscencias
y polonio,
me hubiese reído
hasta escupir sangre.
Y de pronto
en mi catástrofe,
en mi aislamiento,
llegó un ser precioso
con nombre de valiente
y acabó con mi cuarentena.
A lo mejor traspasaste
el perímetro de seguridad
sin avisar,
sin permiso,
y te quedaste dentro
haciendo mucho ruido
despertándome
de mi letárgico sueño.
A lo mejor eres tú
y soy yo,
quizás nosotros
formamos el equipo perfecto
para acabar con la radiación,
devolver el agua a los ríos
y la risa a los niños.
A lo mejor tu mano izquierda
encaja perfecta en mi derecha,
somos algo así como reacción química
anímica…
yo qué sé,
pasa que cuando me tocas
crecen flores sobre el pavimento
de una pequeña calle de Chernobyl.
A lo mejor te colaste dentro de mis pulmones
te alojaste en un rincón de mi corazón,
no como un tumor,
o una infección,
sino como una nebulosa
que se expandió por mi sistema
hasta expulsar las municiones
de uranio empobrecido
que un ejército silencioso
instaló en mí
la noche de mi octavo cumpleaños.
A lo mejor ya te quiero
porque me obligaste a recordar
como suena mi risa
y la aumentaste a decibeles imposibles,
ya no soy ruido rosa.
Quizás me equivoque,
pero desde que llegaste
el aire es menos denso
y los pulmones ya no escuecen
siento una tranquilidad marítima
como si mi cuerpo
hubiese pactado comunión con mi mente,
como si todos mis órganos
recordasen su función
y su lugar dentro de mí,
como si volviese a ser mía,
solo mía,
y quiero compartirme
contigo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario