lunes, 6 de mayo de 2019

Islamabad



No quiero que incrusten más 
su mierda de miedo 
entre mis costillas.

Me recriminaron una guerra
que ya había comenzado cuando yo llegue,
me hicieron prisionera política
de un estado por el que jamás pasé.

Aprendí casi por penitencia
que mi cuerpo no me pertenecía
que era el templo de un Dios
por el cual quemaban a mis hermanas,
que era la conquista de mi padre
y carne de la carne de mi madre,
que ni siquiera podía dictar
sobre algo tan quimérico como mi alma.

Entonces yo, 
Antígona desobediente,
decreté total patria de mí.

Me emancipé de dioses incorpóreos,
qué iban a saber ellos de mi cuerpo
si jamás habían probado alimento,
ni sudado el calor del verano,
ni sufrido el dolor de fragmentarse.

Ya dentro de mi lucha
en mi campo de batalla
me descubrí escéptica,
agnóstica a las normas divinas
impía ante el amor,
hereje de la vida.

Ojalá hubiera sido Lisístrata
pero yo ni a Penélope.
Yo soy más la Éride,
la Kali expatriada,
la Hipólita mutilada.

Pero llegaste tú,
como llegan siempre las catástrofes,
haciendo mucho ruido 
y desordenándolo todo…
y resultaste todo lo contrario,
casi te creo.
Y los cielos temblaron
el mismo inframundo quiso absorbernos.

Vino el hombre con sus cuentos
y sus mitos 
y engaños cabales,
quisieron convertirnos en leyenda
para después borrarnos de la historia
porque tú y yo somos blasfemia,
tú y yo podríamos unir la Pangea

Somos enemigos de cualquier devoto
nosotros sí nos materializamos,
pusimos nervioso a Dios 
con nuestras danzas paganas
y hasta sonrojamos a Rati
con nuestra bestial humanidad.

Y ahora nos encuentran
tú, exiliado Prometeo
y yo, Pandora excomulgada
fuimos negados por nuestros dioses
y comenzamos a rendirnos culto,
nos subimos a un pedestal
y nos cumplimos,
milagro.

Fuimos el efecto secundario 
de mi mediocre ateísmo. 


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