Las voces que escuchas
no son las mías,
mis fantasmas aprendieron a esconderse
dentro,
tan dentro que son parte de mis órganos.
Me habita un cementerio,
niños pequeños correteando tumbas,
jugamos todos juntos,
brincamos y bailamos
al son de cantos fúnebres
y llantos de bebés que murieron antes de nacer.
Amo a todos mis niños muertos
los protejo como si fueran mi carne
y es que lo son,
son todo lo que tengo.
Les amo con la vida,
aunque parezca que no me queda mucha,
y ellos me mantienen despierta
para que no pueda recordar horrores
y retorcerme en mi cama de terror.
Esta orquesta de gritos
que nos envuelve
no les pertenece.
Este olor fétido
debe provenir de la maldad demoniaca
que trajeron los mortales
con sus máquinas de guerra.
Después de la malaria
solo queda la extinción,
a donde quiera que mire
encuentro lápidas,
sus nombres resuenan en mi mente
dentro hay cuerpos que alguna vez
me resultaron tanto hogar
y ahora solo apestan.
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