jueves, 4 de abril de 2019

Guerra Fría



Su amor 
siempre fue el tierno amor, 
amor salvavidas canción de cuna
a las dos de la mañana,
fuertes hechos de sábanas y linternas,
con los bronquios congestionados.

Todo fue dulce 
hasta que las caries invadieron mi dentadura,
hasta que el abrazo asfixió
y mi madre se hizo adicta a pintarse con acuarela morada.

Entonces el amor me miro a los ojos 
y como en una maldición de Ondina
los mantuvo abiertos todas las noches. 

Me gustan las canciones de amor,
los vestidos de novia,
los “cuanto te quiero…”,
los besos de amor,
las cartas de amor,
los celos de amor,
los “eres mi cielo y sin ti no hay más luna”.

Pero el amor llegaba tarde a casa. 
El amor apagó un cigarrillo en el brazo de mi madre.
El amor rompió la ventana del segundo piso 
e hizo sangrar los nudillos de mi padre.
El amor sonaba a gritos en medio de la madrugada.
El amor apestaba a alcohol y tabaco.
El amor eran las 5 llamadas perdidas en el teléfono.
El amor sabía a sal y me hacía arder los ojos.

El amor olía a moho,
restos putrefactos de una infancia arrebatada
no me apetecía jugar con mis muñecas 
así que les puse navajas preciosas. 


Tengo una sensación de fantasma. 


No sé en qué cuerpo habito
y mi piel se me antoja cementerio.
Cada cicatriz lleva un nombre.

Me late el corazón en la boca 
y me bombea ácido. 

Mamá, soy un pájaro  
con un corazón de jaula
a quien el mundo ha convencido
de que volar es una enfermedad
terminal.

Observo como explotan las bombas desde mi ventana
y, mamita mía, tengo miedo.
Pero sé que debo ser fuerte,
así que solo muerdo mi lengua hasta hacer sangre
y el tibio sabor a oxido me acoge.

Diez años después  
aún siento la sangre en mi garganta. 

Si cierro los ojos muy fuerte 
puedo escuchar los gritos,
mis 25 voces compitiendo
y los cristales estrellarse contra el suelo.

El amor me sigue viendo con ojos de buitre,
y yo, moribunda,
negando mi destino de carroña,
cerrando mis entrañas con dedos torpes.

Preferiría ser tragada por gusanos,
verlos retorcerse entre mis tendones,
sentir la letárgica agonía de una cena eterna…
que ser absorbida entera,
reducida a huesos rotos,
carne magullada y sal
entre las garras de un buitre con ojos de redentor.

Juro que a mí me gustaban las canciones de amor…
los besos de amor,
las cartas de amor…


Me gustaban. 


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