domingo, 7 de abril de 2019
Prozac
Estoy triste y no he llorado
porque llorar es para los vivos
y mi tristeza me tiene muerta,
así que mi tristeza es lo que alguien más
debe llorar por mí.
Mi tristeza es un cascabel en la madrugada,
esa sensación pegajosa que se queda entre los dedos
después de ponerle dos cucharadas de miel al desayuno.
Mi tristeza es una niña con tuberculosis
asistida por respiración artificial,
esa niña que conserva todos sus juguetes
aunque existan infectados de moho.
Podría señalar donde se aloja mi tristeza
pero es imposible extirparla,
porque penetra mis bronquios,
se extiende por mi pecho hasta mi cuello,
se escurre por mi estómago hasta mi vientre,
es una infección que me pudre las entrañas.
Mi tristeza tiene nombre
propio,
y cambia de forma en el invierno,
le gusta abrazarme hasta la asfixia,
disfruta de hacerme vomitar
y de susurrar historias de terror
que me quiten el sueño.
Mi tristeza es dictadora cruel,
amiga incondicional,
madre protectora
e hija desahuciada.
Mi tristeza trepa los muros de la cordura,
se enreda entre mis mechones
y tira de ellos hasta la inconsciencia,
hasta hacerme más y más pequeña.
Mi tristeza es lo que no puedes tragar
cada vez que intentas besarme,
es esos 5 minutos de silencio
después de revolverme la ropa.
Eso que pesa en la palma de mi mano,
esa capa extra de maquillaje,
el olor a azares en el jardín,
los surcos en las mejillas de mi madre...
eso es mi tristeza.
Pero también mi tristeza es un grano de arena
que a veces pesa tanto en el reloj
que se convierte en desierto.
Un ejército de leucocitos
que al final resultaron parásitos.
Mi tristeza es lo que tú pretendes saber de mí,
pero no tienes ni idea…
no la tienes,
porque hoy estoy triste
y no he llorado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario