miércoles, 24 de abril de 2019

Los miserables hijos de Chernobyl



Hay quienes siguen bailando
aunque hayan perdido las piernas 
por culpa de las trampas de osos.
Y no dejan de hacer caminos,
marcan siempre el compás del vals 
y corren hacia el fuego 
para salvar a otros.

Hay quienes no dejan de ansiar el abrazo
aunque una granada les haya volado ambas extremidades.
Sueñan con sostener el mundo contra su pecho,
consolar el llanto de un niño,
besar con las manos en las mejillas
y sostener la mano de su madre antes de morir.

Hay quienes se imaginan gritando,
pero han nacido con la voz amputada.
Anhelan contar historias interminables, 
desgarrarse las cuerdas vocales chillando injusticias,
rabiar con todas sus fuerzas un “Te quiero”.

Hay quienes no dejan de desear escuchar
por primera vez su propio nombre,
pero la música les ha sido exiliada de los oídos,
imaginan el trino de los pájaros por la mañana,
fantasean con la carcajada de un niño
y el susurro de su amante contra sus tímpanos.

Hay quienes crean colores en la oscuridad de sus cuencas
porque sus ojos se apagaron demasiado pronto,
crean mundos imposibles del absoluto vacío,
diseñan paisajes y galaxias de la nada,
recrean el Big Bang en sus sentidos,
encuentran la luz en esta inmensa oscuridad.

Hay quienes viven con la existencia mutilada
pero tú, cariño,
tú eres la anomalía más extraña
tú vives sin corazón.

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