Este silencio entre tú y yo
es una extensión horrible
de mi pesadilla.
Quisiera ser
un miembro eterno de tu cuerpo,
que mi tristeza sea
el 70% de agua que cabe en tu complexión,
colarme dentro,
volverme río
y desembocar en tu pecho,
reconstruirme en él
para que aciertes siempre conmigo.
Pero solo tengo este silencio,
este maldito silencio
que retumba en mis tímpanos.
Lo peor de cuando alguien se va
es cuando no hace ruido
al cerrar la puerta tras de sí.
Conservo el triste anhelo
de que tú también me estés extrañando
y que al igual que yo
no te atrevas a decirlo.
Yo nunca te he dejado de querer,
pero he aprendido a quererme.
Tras la ventana
se ven más ventanas.
Tengo la certeza,
pero no lo que quiero.
Le quiero a él
te amo a ti.
Quizás ya no me quiera nadie.
Tengo que volver
a aprender a estar conmigo
a descubrirme las cosquillas
a parar la hemorragia
sin meter el dedo en la herida.
Entre tanto silencio
olvidé cómo se escucha mi voz,
me he llamado por mi nombre 10 veces,
no supe ir en mi auxilio
solo me observe desde lejos.
Despierto con un torbellino en la cabeza,
lloro despacito por la mañana,
me ahogo en el café por tradición,
pero jamás me atrevo a leer el diario
por miedo a encontrar nombres familiares,
cambiaría el mío por el de ellos.
Estoy viva,
pero no sé cómo estarlo.
Estoy viva,
pero ojalá estuviera contigo.
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